El filósofo, físico y epistemólogo argentino Mario Bunge murió el 24 de febrero en Montreal a los 100 años de edad. Dejó cuatro hijos, dos argentinos y dos canadienses, así como también una carrera académica en la que conjugó lauros y una caracterización de afilado polemista a través de artículos científicos y columnas de opinión publicadas en revistas especializadas y medios de difusión.
Defensor tenaz del realismo científico y la filosofía exacta, libró durante años una batalla explícita contra lo que él llamaba las «pseudociencias», grupo en el que ubicaba al psicoanálisis y a la homeopatía, entre otras disciplinas. Bunge se consideraba un representante de la línea materialista de la filosofía, lo que lo llevó a sostener además una postura crítica frente a ramas del pensamiento como el existencialismo, el posmodernismo y el feminismo filosófico.
Tras su exilio en 1963, enseñó filosofía en universidades de Uruguay, México, Estados Unidos, Alemania, Dinamarca, Suiza y Australia. Ocupó también la Cátedra Frothingham de Lógica y Metafísica en la Universidad McGill, de la que fue Profesor Emérito hasta su muerte. En 1984 ingresó como miembro de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y en 1992 fue aceptado en la Royal Society de Canadá. Recibió el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 1982 y fue galardonado con más de veinte doctorados honoris causa en universidades de todo el mundo. Su libro más célebre, La investigación científica, no ha dejado de reeditarse desde que fue publicado en 1969.
Sobre su longevidad, dijo en una entrevista reciente: “Cumplir 100 años no es nada. Primero se llega a los 99 y luego el último tramo es fácil. Basta con no hacer ciertas cosas. Por ejemplo: no leer a los existencialistas, no beber alcohol, no fumar. Y sí hacer otras: dormir la siesta todos los días, tomarse dos vacaciones por año y no dejar pasar un solo día sin trabajar, aunque sea cinco minutos. El trabajo es la mejor terapia”.